viernes, 20 de septiembre de 2013

B - Barnes o el robo legal del Arte


Barnes fue “el sueño americano” hecho carne. Un hombre corriente, un hombre normal, que con tenacidad e inteligencia se hizo multimillonario. Pero también fue carne de la doble moral americana, que con una mano denuncia lo que con la otra defiende. Su manera de actuar no fue del todo ética. Además su enorme legado acabó en manos de aquellos que despreciaba: burócratas del arte y especuladores del gusto.
            
      El legado Barnes que custodia su fundación lo componen más de dos mil quinientas piezas, entre esculturas de la Grecia clásica, porcelana China, arte africano, mobiliario modernista alemán, muebles tallados por los colonos norteamericanos, cerámica, navajas, llaves, mapas, libros... Pero lo más espectacular que posé la colección es su pinacoteca con más de 800 cuadros. Entre ellos encontramos: 181 lienzos de Renoir, 59 de Matisse, 46 de Picasso, 39 de Cézanne, además de gran número de Van Gogh, Gauguin, Monet, Manet, Degas, Toulouse-Lautrec, Seurat, Klee, Russeau, Modigliani, de Chirico, Goya, Rembrant, El Greco y un largo etcétera. En definitiva, y lo que respecta a pintura francesa del tránsito XIX-XX, una colección excepcional y muy superior a la de importantes museos nacionales europeos.
Matisse pintó unos frescos en la casa que Barnes construyó en Marrion

En 1922 Alber C. Barnes compró una casa-palacio para albergar la colección, un edificio de piedra de aire afrancesado que diseñó Paul Cret (quien también realizara el Museo Rodin) tras el cual hay un espectacular jardín con más de tres mil especies botánicas. Un espacio natural que en primavera y navidad es lugar de recreo para los vecinos de Merion, una villa a pocos kilómetros de Filadelfia.
           
          El padre de nuestro filántropo protagonista era Albert Coombs Barnes (1872-1951) un carnicero de Filadelfia que la guerra civil le amputó un brazo y lo transformó en cartero. Nunca tuvieron buena relación padre e hijo. En cambio sí la tuvo con su madre, que por su descendencia alemana le pudo enseñar el idioma.

Con 20 años Albert se licenció en medicina por la Universidad de Pennsylvania. Profesión que nunca ejerció pues su interés estaba en la investigación farmacológica. Para ello se marcha a estudiar a Berlin y Heidelberg, en Alemania. En 1895, junto a su compañero de universidad Hermann Hiller, entran a trabajar en la empresa HK Mulford. Pero en 1902 deciden volver juntos a Filadelfia para fundar Barnes & Hiller, que comercializaría un antiséptico coloidal de plata: el “Argyrol”. El desinfectante se utilizó con gran éxito para evitar las infecciones oculares en los recién nacidos. Diseñó un sistema comercial de venta directa por hospitales a través de comisiones, algo que hoy vemos como normal pero que entonces era una novedad. La empresa empezó facturando 4.747 dólares en 1903, para llegar en 1906 a los 152.776 dólares y en 1928 superar la friolera de 4 millones de dólares.
           
Albert C. Barnes 
          En 1907, el 31 de mayo, disuelve la empresa con Hiller y días después, con habilidad empresarial y sin escrúpulos, patenta el nombre de “Argyrol”. Indemniza a su socio y funda AC Barnes Company con el mismo domicilio social. Se mantiene en la empresa como accionista único hasta el 19 de julio de 1929 que se la vende a Zomite Products Corporation, ¡tres meses antes del crash bursátil! Luego aparecieron los antibióticos, las sulfamidas…. Así que nunca más se supo ni del químico Heramann Hiller, ni de Zomite Corporation, ni del “Argyrol”, pero sí de Albert C. Barnes.
            
          Nuestro protagonista era, y actuaba, como un nuevo rico de Filadelfia. Se casó con una jovencita de Brooklyn amante de la horticultura llamada Laura Legget. Barnes era un tipo no muy alto, con buena planta, siempre bien vestido, gran orador, seguro de sí, altivo, indómito y con el aire de suficiencia que da el dinero. Sus razonamientos sobre el arte y su manera de enseñarlo le llevaron a escribir cinco libros, cuatro de los cuales realizó junto a su pupila Violetta de Mazia. Libros hoy no muy apreciados pero que entonces levantaron ampollas por su espíritu democratizador del arte, de enseñar a los más desfavorecidos económicamente. Los cuadros que compró en el París de postguerra, muchos a un precio irrisorio, los colgaba en su fábrica para que los trabajadores los viesen y hablasen sobre ellos. Además fue un defensor de la lucha por los derechos civiles y cofundador de la Universidad Lincoln para negros.
           
        Sus excentricidades de pensamiento también lo eran de acción. Antes permitía a un camionero ver su colección que a un investigador. Denegó la entrada al escritor T.S. Elliot y al industrial P. Chrysler con una carta firmada por la pata del perro que se trajo de la Bretaña Francesa. El escándalo que le montó al filósofo Bertrad Russell se hizo famoso en su época. Después de salvarle de la inanición con una asignación de ocho mil dólares anuales para que escribiera y diera clases en la Universidad de Lincoln, se la retiró porque su mujer, Patricia, le parecía una señora ostentosa, arrogante y caprichosa. Las peleas entre ambos vivieron episodios muy violentos, que finalizaron con que el magnate tuvo que indemnizar al filósofo por orden judicial. Otras celebridades como Albert Einstein o Thomas Mann sí eran de su agrado. Tras la conferencia que ofrecieron en la universidad les enseñó la casa de Merion, atestada de objetos. Según cuentan algunos, Orson Wells se inspiró en este palacete para Ciudadano Kane.
            
         El 24 de julio de 1951, en Phoenixvilla, Albert C. Barnes se salta un stop y es arrollado por un camión. Su muerte pasó desapercibida en el mundo del arte pero no en la vida social de Filadelfia. Sus detractores, el Museo de Arte de Filadelfia y la Universidad de Pennsylvania, arreciaron sus quejas con más fuerzas. Se quejaban de no poder ver, ni siquiera reproducidos, muchos de los cuadros que guardaba la fundación. Cuadros de Matisse, como “La alegría de vivir” o los tres cuadros de “Tres hermanas”; de Coubert, como “Mujer con medias blancas”; muchos de Renoir y Cézanne, referencia en la pintura francesa, no podían ser contemplados. Pero junto a este enfrentamiento también había mucha envidia. Lo muestra el hecho de que el año que murió el doctor, las obras de la Fundación Barnes estaban valoradas en más de 9,35 millones de dólares, mientras que en el Museo de Filadelfia había obra valorada en tan solo 2,5 millones.
            
          Su esposa Laura Legget se hizo cargo de la fundación con el mismo espíritu. No compró más obras, intensificó la labor educativa y realizó un arboretum en los jardines de Lower Merion. Además construyó un jardín botánico en su Brookyln natal, al que a su muerte en 1966 le testó todos sus bienes materiales y económicos.
           
         Cuando murió, la fundación pasó a gestionarla la pupila de Barnes, Violette de Mazia, que consiguió mantener las restricciones y los postulados del fundador. Pero con 88 años, en 1988, de Mazia fallece y el albacea pasa a ser la Lincoln University. La presión judicial del establishment de Pennsylvania cae sobre la pequeña universidad que ve disminuir sus recursos económicos hasta el brocal de la ruina. Para defender el patrimonio del fundador no quedaba más remedio que violar las exigencias del mecenas. Por ello, a mediados de los años noventa, la Fundación Barnes organizó una gira con los cuadros más destacados por los museos más importantes de Europa y América.
          

         Tras veinte años de litigios, en 2004, el fallo de la Corte Suprema decide el traslado de la colección a un emplazamiento en el que pueda ser visitado con normalidad tanto por investigadores como por el público general. También obliga al Estado de Pennsylvania a mantener la colección pero bajo las exigencias de Albert C. Barnes en cuanto a distribución de las obras, orientación, aspecto de las salas, etcétera.


Actualmente lo mejor de la colección Barnes se puede visitar en el Museo que realizaron Williams & Tsien en Filadelfia, al final de Benjamín Franklin Pkwy, junto al Museo Rodin, a los pies del Museo de Arte de Filadelfia, donde están aquellos que tanto detestaba: burócratas del arte y especuladores del gusto.



domingo, 25 de agosto de 2013

A - Alma Rosé Mahler



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          Alma María Rosé (1907-1944), ahijada de la mujer de Gustav Mahler Alma Schindler, fue una niña prodigio, sujetada con acierto por sus padres hasta los 18 años cuando hizo su debut acompañada por el hoy famoso pianista Gerald Moore. Demostró que era una violinista sensacional. Ya podía ganarse la vida por sí misma. Dos años después se casó con el violinista polaco más brillante del momento, Vàsa Príhoda, del que se divorció en 1935. Juntos vivieron en Zariby, en una casa de campo a orillas del Elba. En 1932 Alma fundó una orquesta de mujeres, Die Wiener Walzermädel (Las valsista de Viena). El hecho de ser mujeres, algo inusual, lo hizo atractivo, angelical, tierno. Algo similar haría veinte cinco años después Ethel Liggins con la creación de la Orquesta Sinfónica femenina de Boston.
Las valsista de Viena

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