Barnes fue “el sueño americano” hecho
carne. Un hombre corriente, un hombre normal, que con tenacidad e inteligencia
se hizo multimillonario. Pero también fue carne de la doble moral americana,
que con una mano denuncia lo que con la otra defiende. Su manera de actuar no
fue del todo ética. Además su enorme legado acabó en manos de aquellos que despreciaba:
burócratas del arte y especuladores del gusto.
El legado Barnes que custodia su
fundación lo componen más de dos mil quinientas piezas, entre esculturas de la
Grecia clásica, porcelana China, arte africano, mobiliario modernista alemán,
muebles tallados por los colonos norteamericanos, cerámica, navajas, llaves,
mapas, libros... Pero lo más espectacular que posé la colección es su
pinacoteca con más de 800 cuadros. Entre ellos encontramos: 181 lienzos de Renoir, 59 de Matisse, 46 de Picasso,
39 de Cézanne, además de gran número de Van Gogh, Gauguin, Monet, Manet, Degas, Toulouse-Lautrec, Seurat,
Klee, Russeau, Modigliani, de Chirico, Goya, Rembrant, El Greco y un largo etcétera. En
definitiva, y lo que respecta a pintura francesa del tránsito XIX-XX, una
colección excepcional y muy superior a la de importantes museos nacionales
europeos.
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Matisse pintó unos frescos en la casa que Barnes construyó en Marrion |
En 1922 Alber C. Barnes compró una
casa-palacio para albergar la colección, un edificio de piedra de aire
afrancesado que diseñó Paul Cret
(quien también realizara el Museo Rodin) tras el cual hay un espectacular
jardín con más de tres mil especies botánicas. Un espacio natural que en
primavera y navidad es lugar de recreo para los vecinos de Merion, una villa a
pocos kilómetros de Filadelfia.
El padre de nuestro filántropo protagonista
era Albert Coombs Barnes (1872-1951) un carnicero de Filadelfia que la guerra
civil le amputó un brazo y lo transformó en cartero. Nunca tuvieron buena
relación padre e hijo. En cambio sí la tuvo con su madre, que por su
descendencia alemana le pudo enseñar el idioma.
Con 20 años Albert se licenció en
medicina por la Universidad de Pennsylvania. Profesión que nunca ejerció pues
su interés estaba en la investigación farmacológica. Para ello se marcha a
estudiar a Berlin y Heidelberg, en Alemania. En 1895, junto a su compañero de
universidad Hermann Hiller, entran a trabajar en la empresa HK Mulford. Pero en 1902 deciden volver juntos
a Filadelfia para fundar Barnes &
Hiller, que comercializaría un antiséptico coloidal de plata: el “Argyrol”.
El desinfectante se utilizó con gran éxito para evitar las infecciones oculares
en los recién nacidos. Diseñó un sistema comercial de venta directa por hospitales
a través de comisiones, algo que hoy vemos como normal pero que entonces era
una novedad. La empresa empezó facturando 4.747 dólares en 1903, para llegar en
1906 a los 152.776 dólares y en 1928 superar la friolera de 4 millones de
dólares.
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Albert C. Barnes |
En 1907, el 31 de mayo, disuelve la
empresa con Hiller y días después, con habilidad empresarial y sin escrúpulos,
patenta el nombre de “Argyrol”. Indemniza a su socio y funda AC Barnes Company con el mismo domicilio
social. Se mantiene en la empresa como accionista único hasta el 19 de julio de
1929 que se la vende a Zomite Products
Corporation, ¡tres meses antes del crash bursátil! Luego aparecieron los
antibióticos, las sulfamidas…. Así que nunca más se supo ni del químico
Heramann Hiller, ni de Zomite Corporation, ni del “Argyrol”, pero sí de Albert
C. Barnes.
Nuestro protagonista era, y actuaba,
como un nuevo rico de Filadelfia. Se casó con una jovencita de Brooklyn amante
de la horticultura llamada Laura Legget.
Barnes era un tipo no muy alto, con buena planta, siempre bien vestido, gran
orador, seguro de sí, altivo, indómito y con el aire de suficiencia que da el
dinero. Sus razonamientos sobre el arte y su manera de enseñarlo le llevaron a escribir
cinco libros, cuatro de los cuales realizó junto a su pupila Violetta de Mazia. Libros hoy no muy
apreciados pero que entonces levantaron ampollas por su espíritu democratizador
del arte, de enseñar a los más desfavorecidos económicamente. Los cuadros que
compró en el París de postguerra, muchos a un precio irrisorio, los colgaba en
su fábrica para que los trabajadores los viesen y hablasen sobre ellos. Además
fue un defensor de la lucha por los derechos civiles y cofundador de la
Universidad Lincoln para negros.
Sus excentricidades de pensamiento
también lo eran de acción. Antes permitía a un camionero ver su colección que a
un investigador. Denegó la entrada al escritor T.S. Elliot y al industrial P. Chrysler con una carta firmada por
la pata del perro que se trajo de la Bretaña Francesa. El escándalo que le montó
al filósofo Bertrad Russell se hizo
famoso en su época. Después de salvarle de la inanición con una asignación de
ocho mil dólares anuales para que escribiera y diera clases en la Universidad
de Lincoln, se la retiró porque su mujer, Patricia, le parecía una señora
ostentosa, arrogante y caprichosa. Las peleas entre ambos vivieron episodios
muy violentos, que finalizaron con que el magnate tuvo que indemnizar al
filósofo por orden judicial. Otras celebridades como Albert Einstein o Thomas Mann sí eran de su agrado. Tras la conferencia que
ofrecieron en la universidad les enseñó la casa de Merion, atestada de objetos.
Según cuentan algunos, Orson Wells se
inspiró en este palacete para Ciudadano
Kane.
El 24 de julio de 1951, en
Phoenixvilla, Albert C. Barnes se salta un stop y es arrollado por un camión.
Su muerte pasó desapercibida en el mundo del arte pero no en la vida social de
Filadelfia. Sus detractores, el Museo de Arte de Filadelfia y la Universidad de
Pennsylvania, arreciaron sus quejas con más fuerzas. Se quejaban de no poder
ver, ni siquiera reproducidos, muchos de los cuadros que guardaba la fundación.
Cuadros de Matisse, como “La alegría
de vivir” o los tres cuadros de “Tres hermanas”; de Coubert, como “Mujer con medias blancas”; muchos de Renoir y Cézanne, referencia en la pintura francesa, no podían ser
contemplados. Pero junto a este enfrentamiento también había mucha envidia. Lo
muestra el hecho de que el año que murió el doctor, las obras de la Fundación
Barnes estaban valoradas en más de 9,35 millones de dólares, mientras que en el
Museo de Filadelfia había obra valorada en tan solo 2,5 millones.
Su esposa Laura Legget se hizo cargo de la fundación con el mismo espíritu.
No compró más obras, intensificó la labor educativa y realizó un arboretum en
los jardines de Lower Merion. Además
construyó un jardín botánico en su Brookyln natal, al que a su muerte en 1966
le testó todos sus bienes materiales y económicos.
Cuando murió, la fundación pasó a
gestionarla la pupila de Barnes, Violette
de Mazia, que consiguió mantener las restricciones y los postulados del
fundador. Pero con 88 años, en 1988, de Mazia fallece y el albacea pasa a ser
la Lincoln University. La presión judicial del establishment de Pennsylvania cae sobre la pequeña universidad que
ve disminuir sus recursos económicos hasta el brocal de la ruina. Para defender
el patrimonio del fundador no quedaba más remedio que violar las exigencias del
mecenas. Por ello, a mediados de los años noventa, la Fundación Barnes organizó
una gira con los cuadros más destacados por los museos más importantes de
Europa y América.
Tras veinte años de litigios, en
2004, el fallo de la Corte Suprema decide el traslado de la colección a un emplazamiento
en el que pueda ser visitado con normalidad tanto por investigadores como por
el público general. También obliga al Estado de Pennsylvania a mantener la
colección pero bajo las exigencias de Albert
C. Barnes en cuanto a distribución de las obras, orientación, aspecto de
las salas, etcétera.
Actualmente lo mejor de la colección
Barnes se puede visitar en el Museo que realizaron Williams & Tsien en
Filadelfia, al final de Benjamín Franklin Pkwy, junto al Museo Rodin, a los
pies del Museo de Arte de Filadelfia, donde están aquellos que tanto detestaba:
burócratas del arte y especuladores del gusto.